Cuando pensamos en modernizar la artesanía, es casi seguro que pensemos en la posibilidad de llevar todas esas maravillosas técnicas ancestrales hacia productos que se ajusten a la tendencia de la moda actual.
Pero la acción de “modernizar” la artesanía resulta bastante riesgosa, sobre todo para quienes reconocemos en la historia de los pueblos indígenas de América, una historia de explotación y extracción de los recursos naturales y culturales. Pues la modernidad y/o postmodernidad (como quieran llamarla), aún con su deslumbrante desarrollo plasmado en la apariencia de las grandes ciudades y en los objetos tecnológicos, trajo consigo el peligroso hábito de disociar la estética del contenido sustantivo de los objetos, es decir, de separar la apariencia de las cosas de la realidad social, cultural y económica detrás de las mismas.
A las personas modernas se nos suele olvidar que existen manos que hicieron el trabajo de construir los objetos, se nos hace súper natural separar el objeto que observamos del contexto que existe detrás de la producción del mismo. Valorizamos las cosas desde el criterio de lo “bonito” o “feo”, “lujoso” o “pobre”, sin preguntarnos siquiera si lo que estamos produciendo (en el caso de quienes creamos), o adquiriendo (en el caso de quienes compran) contribuye a la construcción de un mundo más justo, ético, coherente, o como quieran llamarlo.
Hablando concretamente de la artesanía, la vestimos algo conscientes si… (unos más, unos menos) de que representa un vínculo con las culturas. Pero esta sensación está pocas veces ligada al reconocimiento del contexto histórico, social, cultural y económico de estas culturas, un contexto que representa una realidad concreta para las artesanas indígenas.
Hay que decirlo alto y claro y hay que decirlo hasta que eso cambie: la mayoría de las veces, la artesanía está siendo mal pagada. La mayoría de las veces la cultura está siendo utilizada. El conocimiento heredado de generación en generación que hoy se alberga en las manos de las artesanas no es valorado en la dimensión necesaria.
La apropiación cultural no es una práctica asociada únicamente a las marcas de moda, que irresponsablemente adoptan elementos sin comprender ni retribuir de manera justa a las comunidades indígenas. Es también, y aunque se castigue menos, una práctica adoptada por los consumidores. No basta con promover o adquirir una artesanía estéticamente moderna. Se trata de involucrarnos y ser parte del tejido social que permitirá transformar la realidad concreta de las artesanas, de las comunidades, de la historia. Historia de la que todos somos parte.
En las fotografías: Cocreación de piezas en SEMILLAS de la Amazonía Ecuatoriana entre ASOCIACIÓN SUKU y LIA PADILLA